En las
lecturas de este domingo destaca la fe en la resurrección; esta no es fe en
esta vida prolongada indefinidamente, es fe en otra vida. Pero tampoco es
solo, fe en otra vida. "la otra vida", que comenzaría después de la muerte, sin
que tenga que ver en absoluto con la vida presente. La fe en la resurrección es
fe en la plenitud de la vida, en otra vida cualitativamente distinta de
cualquier vida sometida a la muerte y a todo cuanto mortifica nuestra
esperanza.
Muerte, vida y en medio el miedo que demasiadas veces nos paraliza. De ese miedo que nos encierra en la tumba del silencio y la indiferencia nos quiere liberar Jesús. En un mundo como el que nos toca vivir, donde la rentabilidad se ha erigido en nueva divinidad que hay que adorar, todo es prácticamente objeto de explotación, no solo, como era de esperar, eso que llamamos "naturaleza", sino incluso la persona humana misma, su trabajo, su vanidad, su egoísmo, su ambición, su erotismo, sus necesidades.... hasta su miedo. ¡Qué renta tan fabulosa se obtiene diariamente del miedo de los hombres! Por miedo a perder un sueldo, un empleo, un nombre, un prestigio, una popularidad; por miedo a perder la vida... renunciamos a ser lo que somos (hombres libres) y nos vendemos como esclavos: nos vemos constreñidos a llevar a cabo acciones injustas, degradantes, indignas. Sería incontable el número de los que tienen sellados los labios con oro, o las manos atadas con amenazas, o seco de miedo el corazón. Tenemos miedo. Mucho miedo. Miedo a todo. Miedo a morir. Y preferimos no pensar en la injusticia que sufre el prójimo.
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