"2. El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, "que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura" (Col. 1,15). A todos los elegidos desde toda la eternidad el Padre "los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos hermanos" (Rom., 8,19). Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia, que fue ya prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el Antiguo Testamento, constituida en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo, y se perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los Santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, "desde Abel el justo hasta el último elegido", se congregarán ante el Padre en una Iglesia universal." ( Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática LUMEN GENTIUM sobre la Iglesia)
La casa es donde nos encontramos comunitariamente con el Señor es la Iglesia; es el ambiente fraternal que balancea nuestras experiencias individuales. Nadie, ni los ‘gigantes espirituales’, pueden conocer al Señor, ver al Señor, oír al Señor solos, por sí mismos. Sin el cuerpo –la casa– que nos regule y equilibre, nuestra experiencia espiritual estará condenada a la decepción, al engaño y a la inutilidad, no importa cuán dotados seamos.
Es en la Iglesia donde aprendemos a apoyarnos los unos a los otros. Es en la «casa», Iglesia, donde se adquiere la humildad de compartir, de dar y de recibir. Es en la «casa» Iglesia donde se prueba nuestra capacidad para la batalla. Es en la «casa» donde seremos equipados para la guerra contra el enemigo.
Muchos se lanzan al campo de batalla sin estar correctamente preparados. Algunos han partido al campo de batalla pero nunca han vuelto completamente a la Casa , a la Iglesia "Cuerpo de Cristo".
Con toda honestidad, ninguno de nosotros está calificado para ir al campo de batalla. Y el Señor, en su gracia, nos ha enviado a «casa», no a cualquier casa, para consolidarnos. Que el Señor nos conceda un gran anhelo por Su Casa.
Es en la Iglesia donde finalmente aprendemos a poseer, en una medida más completa, con todos los santos, la realidad de la «casa», el «viñedo» y la «novia». ¡Ayúdanos Señor!
"5. El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a su Iglesia predicando la buena nueva, es decir, el Reino de Dios, prometido muchos siglos antes en las Escrituras: "Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el Reino de Dios" (Mc., 1,15; cf. Mt., 4,17). Ahora bien, este Reino comienza a manifestarse como una luz delante de los hombres, por la palabra, por las obras y por la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla, depositada en el campo (Mc., 4,14): quienes la reciben con fidelidad y se unen a la pequeña grey (Lc., 12,32) de Cristo, recibieron el Reino; la semilla va germinando poco a poco por su vigor interno, y va creciendo hasta el tiempo de la siega (cf. Mc., 4,26-29). Los milagros, por su parte, prueban que el Reino de Jesús ya vino sobre la tierra: "Si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lc., 11,20; cf. Mt., 12,28). Pero, sobre todo, el Reino se manifiesta en la Persona del mismo Cristo, Hijo del Hombre, que vino "a servir, y a dar su vida para redención de muchos" (Mc., 10,45).
Pero habiendo resucitado Jesús, después de morir en la cruz por los hombres, apareció constituido para siempre como Señor, como Cristo y como Sacerdote (cf. Act., 2,36; Hebr., 5,6; 7,17-21), y derramó en sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Act., 2,33). Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador, observando fielmente sus preceptos de caridad, de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de todas las gentes, y constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino. Ella en tanto, mientras va creciendo poco a poco, anhela el Reino consumado, espera con todas sus fuerzas,y desea ardientemente unirse con su Rey en la gloria." ( Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática LUMEN GENTIUM sobre la Iglesia)
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