CARTA DE GÜIGO EL CISTERCIENSE AL HERMANO GERVASIO SOBRE LA VIDA CONTEMPLATIVA (I).
VI.
FUNCION DE LA ORACION
El
alma ve entonces que no puede, por sí sola, alcanzar la dulzura anhelada del
conocimiento
y de la experiencia, y que cuando más se trata de elevarse tanto más a Dios
está lejos.
Entonces se humilla y acude a
la oración diciendo: “Oh
Señor, ya que no te ven sino los puros de corazón, busco, leyendo y
meditando, cuál sea y cómo se puede alcanzar la verdadera pureza de corazón,
para poder conocerte, gracias a ella, al menos un poco. He buscado tu rostro,
Oh Señor, tu rostro he buscado. He meditado largo tiempo en
mi corazón y en mi meditación estalló un incendio y ha aumentado el
deseo de conocerte. Cuando me fraccionas el pan de la Sagrada Eucaristía
te haces conocer, y cuanto más te conozco, más profundamente deseo conocerte,
no solamente en la corteza de la letra, sino del
conocimiento que produce la experiencia. No te pido esto,
Señor, por mis méritos, sino por tu misericordia. Confieso ser un indigno
pecador, pero también los cachorros comen las migas que caen de
la mesa de los dueños. Dame, por lo tanto, oh Señor, una garantía de tu
heredad futura, una gota al menos de esa lluvia celestial para calmar mi sed pues
que me abraso de amor”.
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