martes, 26 de junio de 2012

Actitud orante y agradecimiento.


La dificultad de sentirse profundamente agradecido en medio de tanta confusión es algo que se hace evidente. Pero más allá de la dificultad se encuentra la posibilidad. No es el problema el que obstaculiza nuestro camino, sino la perspectiva que tenemos de él. Quizá por eso podamos decir con contundencia que siempre hay nuevas posibilidades por desentrañar. Ser capaz de advertir alguna de ellas nos sitúa en un lugar que considero privilegiado, un momento y un espacio agraciado.
De lo que hablo aquí me siento del todo convencido, pues ha sido mi experiencia a lo largo de todo este curso académico. El año pasado, por estas fechas, hablaba de «celebrar los frutos» y hoy predico la experiencia de gracia que he vivido en estos nueve meses. Podría decir, metafóricamente, que ha sido un agradable embarazo que ha desembocado en un parto hermoso y sin dolor.
 A veces nos cuesta demasiado ser capaces de entrever las brechas por las que entra la luz, porque estamos más dados a vivir en la oscuridad. Pero cuando logramos percatarnos de acontecimientos que inspiran nuestro corazón a la vez que nos hacen sonreír entonces no podemos mostrarnos indiferentes, pues la realidad se torna en don, en gracia.
Decía Juan de la Cruz, en su Cántico Espiritual: «¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿ qué hacéis?, ¿ en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias.¡ Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y gloria, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes, hechos ignorantes e indignos!». A veces, nos entretenemos demasiado en nuestras elucubraciones mentales, con nuestras necesidades, en nuestras pretensiones que nos perdemos las grandezas que tienen lugar ante nuestros ojos. Como dice el santo, caemos bajo cuando nuestra energía se queda en la búsqueda de grandezas y gloria y los verdaderos bienes se diluyen entre nuestros dedos. El día a día de nuestra vida está repleto de pequeñísimos gestos, instantes llenos de luz cálida que acaricia nuestro corazón y que son los que verdaderamente calman nuestra vaciedad. Este curso, a mis niños y niñas, les doy gracias, les devuelvo “la gracia” que ellos han sido para mí. Fueron y serán grandes voces, como decía Juan de la Cruz en su poema, claras y diáfanas que en su inocencia y actitud me han enseñado mucho.
Verdaderamente corren tiempos de gracia, pero para lograr atisbarla se hace necesario tener una mirada amplia y transparente, una mirada no teñida de prejuicios, miedos o pesimismo. Están pasando grandes cosas en pequeños gestos que pasan inadvertidos. La posibilidad de descubrirlos está preñada de confianza e ilusión por algo mejor que está por venir. Mi alumnado me ha regalado muchos de estos gestos sencillos sin que ellos hayan sido conscientes de su importancia y alcance. Pero he visto reflejada en sus ojos la utopía, he comprendido en su proximidad conmigo aquello que dijo, hace unos años, Pedro Casaldáliga: «Humanizar la humanidad practicando la proximidad.» Ellos han sido para mí una oportunidad para crecer como persona y como maestro, pues me han regalado la coyuntura de entregarme a ellos en su desarrollo y, por esto, no puedo sino estar agradecido. Pero, también ellos, se han dado y han crecido, pues esta es la paradoja inherente a la lógica del don, como afirma Francesc Torralba en una de sus obras.

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