La dificultad de
sentirse profundamente agradecido en medio de tanta confusión es algo que se
hace evidente. Pero más allá de la dificultad se encuentra la posibilidad. No es
el problema el que obstaculiza nuestro camino, sino la perspectiva que tenemos
de él. Quizá por eso podamos decir con contundencia que siempre hay nuevas
posibilidades por desentrañar. Ser capaz de advertir alguna de ellas nos sitúa
en un lugar que considero privilegiado, un momento y un espacio
agraciado.
De lo que hablo
aquí me siento del todo convencido, pues ha sido mi experiencia a lo largo de
todo este curso académico. El año pasado, por estas fechas, hablaba de
«celebrar los frutos» y hoy predico la experiencia de gracia que he
vivido en estos nueve meses. Podría decir, metafóricamente, que ha sido un
agradable embarazo que ha desembocado en un parto hermoso y sin dolor.
A
veces nos cuesta demasiado ser capaces de entrever las brechas por las que entra
la luz, porque estamos más dados a vivir en la oscuridad. Pero cuando logramos
percatarnos de acontecimientos que inspiran nuestro corazón a la vez que nos
hacen sonreír entonces no podemos mostrarnos indiferentes, pues la realidad se
torna en don, en gracia.
Decía Juan de la Cruz, en
su Cántico Espiritual: «¡Oh almas criadas para estas
grandezas y para ellas llamadas!, ¿ qué hacéis?, ¿ en qué os entretenéis?
Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias.¡ Oh miserable
ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos, y para
tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y
gloria, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes, hechos ignorantes e
indignos!». A veces, nos entretenemos demasiado en nuestras
elucubraciones mentales, con nuestras necesidades, en nuestras pretensiones que
nos perdemos las grandezas que tienen lugar ante nuestros ojos. Como dice
el santo, caemos bajo cuando nuestra energía se queda en la búsqueda de
grandezas y gloria y los verdaderos bienes se diluyen entre
nuestros dedos. El día a día de nuestra vida está repleto de pequeñísimos
gestos, instantes llenos de luz cálida que acaricia nuestro corazón y que son
los que verdaderamente calman nuestra vaciedad. Este curso, a mis niños y niñas,
les doy gracias, les devuelvo “la gracia” que ellos han sido para mí. Fueron y
serán grandes voces, como decía Juan de la Cruz en su poema, claras y
diáfanas que en su inocencia y actitud me han enseñado
mucho.
Verdaderamente corren
tiempos de gracia, pero para lograr atisbarla se hace necesario tener una mirada
amplia y transparente, una mirada no teñida de prejuicios, miedos o pesimismo.
Están pasando grandes cosas en pequeños gestos que pasan inadvertidos. La
posibilidad de descubrirlos está preñada de confianza e ilusión por algo mejor
que está por venir. Mi alumnado me ha regalado muchos de estos gestos sencillos
sin que ellos hayan sido conscientes de su importancia y alcance. Pero he visto
reflejada en sus ojos la utopía, he comprendido en su proximidad conmigo aquello
que dijo, hace unos años, Pedro Casaldáliga: «Humanizar la humanidad
practicando la proximidad.» Ellos han sido para mí una oportunidad para
crecer como persona y como maestro, pues me han regalado la coyuntura de
entregarme a ellos en su desarrollo y, por esto, no puedo sino estar agradecido.
Pero, también ellos, se han dado y han crecido, pues esta es la paradoja
inherente a la lógica del don, como afirma Francesc Torralba en una de sus
obras.
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