sábado, 29 de junio de 2013

ACOMPAÑAMIENTO Y DIRECCIÓN ESPIRITUAL.



 

"Nunca hemos perdido a Dios, nuestra verdadera esencia, El sólo está oscurecido. Así, el camino no consiste en buscar, sino en dejarse encontrar. Así lo describen todos los místicos de todas las religiones. Hemos olvidado quienes somos realmente y por eso nos ponemos a buscar, hasta que finalmente nos damos cuenta de que ya hemos sido encontrados, pues no somos los buscadores, sino los buscados. Así, el camino del ser humano es un regreso a casa en sí mismo, a su esencia más profunda". W. Jager.

¿Que es el acompañamiento espiritual o dirección espiritual?.

Podemos decir que el “Acompañamiento Espiritual” como la Fe, se debe iniciar en el Bautismo, y continuar en quienes quieren tener una vida cristiana sana, a lo largo de la distintas etapas de la vida.

 Sólo se puede acompañar a quien se conoce. Sólo nos dejamos acompañar por un conocido. De ahí que la dirección espiritual requiere del encuentro de dos personas, que a la luz de la fe, siendo el uno director y el otro dirigido, recorren un camino que llevará a la conquista de una meta determinada: la santidad de vida. Y esta santidad de vida como consecuencia de una respuesta eficaz y positiva al llamado del Maestro Jesús, para ser sus discípulos misioneros.

 Al hablar de la vida cristiana, vemos que esta es un camino, un itinerario de respuestas a una llamada constante de plenitud en Cristo; es un combate por vivir lo que somos como don de Dios, fidelidad a la vocación específica de cada persona. La dirección espiritual, recogiendo la tradición y experiencia de los grandes maestros, experiencia de la Iglesia, enriquecido por los aportes de las nuevas ciencias; y conocido mejor el destinatario :es un medio primordial de santificación que no hay que confundir con el Sacramento de la Reconciliación, aunque ambos tengan que ver con la santidad propia de la vida cristiana.

Aquí nace el compromiso de fidelidad que lleva a la identidad y correspondiente coherencia a la propia vocación. De ahí se genera una nueva vida en Cristo entre dirigido y director, o bien entre “acompañado y acompañante”

Algunos rasgos de la "LA DINÁMICA ESPIRITUAL".

1. El hombre en camino: “el hombre como tarea de sí mismo”

Caminar es una experiencia primordial que permite al hombre avanzar por un sendero determinado con la seguridad de alcanzar nuevas metas. Esta imagen del movimiento fundamenta el simbolismo del caminar humano en el orden físico, psíquico y espiritual: el hombre es un caminante, siempre en pos de nuevas metas, de plenitud. Esta visión dinámica del hombre ha madurado bajo el influjo de corrientes filosóficas como el historicismo, el evolucionismo y el existencialismo. Pero es ante todo profundamente bíblica.

 El hombre es un ser temporal que no puede realizarse totalmente en un momento, sino sólo en una sucesión de tiempos; evoluciona y se construye con la historia, realizando su propio proyecto. Así, en la gran trama del mundo, la historia y la vida del hombre aparece como una gran aventura, que supone un crecimiento hacia la cumbre más alta del ser: un proceso de maduración, de unificación, pero al mismo tiempo con paradas, crisis y retrocesos.

El hombre se convierte, en una “tarea de sí mismo”. Hay que entender, que la vida del hombre no es una simple “ratificación y aceptación de la naturaleza”, sino “vocación”: llegar a ser aquello a lo que se aspira y ha sido destinado, “la búsqueda de coincidencia con la parte mejor de sí”. En realidad esta coincidencia no llegará nunca a su plenitud, es una condición del “caminante”. El amor es la perfección del acto de participación; y en la dinámica del amor, en la tarea cotidiana, la persona llega a ser sí misma por la fidelidad a Dios.

 Este sentido dinámico de la vida interpela al cristiano, a los candidatos al presbiterado en su proceso formativo y a los presbíteros, para que presten atención al aspecto evolutivo de la vida espiritual que está llamado a vivir en su concreta situación histórica. Bien sabemos, que la gracia no suprime la naturaleza, sino que se apoya en ella y respeta sus estructuras y leyes. Así, la vida espiritual tiene sus ritmos, su crecimiento, su dinamismo, que se deberá contemplar a la luz de la palabra de Dios, de la tradición de la Iglesia y del aporte cultural y experiencial del propio tiempo. Hasta que podamos exclamar: “todo es gracia”.


2. El itinerario espiritual.
El crecimiento espiritual ha ocupado un lugar privilegiado como objeto de experiencia y reflexión en la teología espiritual. La “dinámica espiritual” es la perspectiva desde la que la espiritualidad contempla la totalidad del misterio cristiano: la temporalidad y el carácter gradual de los procesos vitales es muy graduado.

 Por otra parte, el contexto en el que vivimos parece privilegiar más el “instante” que la “duración”; la experiencia inmediata, su intensidad y sinceridad se valora más que la experiencia reflexiva, programada y releída. En el plano espiritual se favorece la experiencia emotiva, su calor afectivo, su intensidad, buscándose su repetición. Incluso se multiplican las conversaciones sin crecimiento, conversiones que a veces enmascaran, para las personas y los mismos grupos, el rechazo o el poco interés de crecer.

 El crecimiento espiritual ¡ es un proceso “continuo y discontinuo”. La imagen de la “espiral” como modelo de desarrollo y crecimiento es muy gráfica: sugiere un movimiento progresivo hacia la estabilidad: crisis y avances, noches y luces, conflictos y tensiones que impulsan cada vez más al encuentro con Cristo, para dar una respuesta más positiva al llamado del Señor.

 El acontecimiento de Cristo es el inicio de esta persona nueva que surge en la historia y a la que llamamos discípulo: No podemos olvidar que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, discurso Inaugural, Aparecida). El encuentro con Cristo, gracias a la acción invisible del Espíritu Santo, se realiza en la fe recibida y vivida en la Iglesia”. (AP 243, 246).

 Así podemos afirmar que el fin del acompañamiento o dirección espiritual es “alcanzar la plenitud de vida, es decir, el desarrollo integral de la experiencia de Dios en armonía con la vocación personal”. Es una ayuda temporal e instrumental que una persona puede dar otra, de modo que esta última pueda notar la acción de Dios en ella; y así responder a esta acción para realizar progresivamente la unión con Dios en el seguimiento y configuración con Cristo.


 Rafael Pla Calatayud.  Sacerdote.

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