Entre los seguidores de Jesús había mujeres, hoy en nuestras parroquias, grupos y movimientos prevalecen las mujeres. Reconozcamos el papel de la mujer en la Iglesia para ser fieles a Jesús y su Evangelio.
Claro que la practica de la Iglesia no sigue la tónica de Jesús y de las primeras comunidades cristianas porque a la mujer le asigna unos roles que son los de siempre, "... a ellas de manera especial les ha sido encomendado el cuidado del ser humano, desde su concepción hasta su muerte. En el matrimonio o en la virginidad, el corazón de la mujer está hecho para la maternidad, para proteger al ser humano, especialmente a los más débiles e indefensos. Nada más cálido para el ser humano que el regazo de una madre. El «genio» femenino y el corazón de la mujer está hecho para amar, para acoger, para expresar la ternura de Dios con el hombre.
El feminismo cristiano ha ofrecido a la humanidad grandes mujeres, plenamente femeninas, a imagen de María, la madre de Jesús, y entregadas de lleno, en la virginidad o en el matrimonio, a una maternidad amplia y fecunda. La mujer no ha de dejar de ser mujer para ser más, sino que precisamente siendo mujer, plenamente mujer, encontrará su plenitud.
Es chocante que al destacar la importancia del papel de la mujer en la Iglesia se destaque el hecho de que todas las mujeres están llamadas en cuanto tales a la santidad, lo que es obvio lo destacan como un signo distintivo. Tengamos en cuenta que la santidad es la obra del Espíritu Santo en la Iglesia, en virtud de la cual el hombre, en todas las dimensiones de su existencia, se renueva y se hace reflejo e instrumento dócil de la Voluntad Divina para su obra de salvación en el mundo. Proceso lento y vital que solamente al final de los tiempos alcanzará su plenitud.
El Concilio Vaticano II, remontándose a los tradición bíblica y eclesial recupera la realidad de la santidad como una llamada universal, quiere asi acabar con una resticción de la santidad demasiado encasillada en grados. El punto de partida fueron los hechos o datos de la experiencia actual. La importancia del laicado, la acción católica, la espiritualidad conyugal, el ecumenismo, la apertura al mundo, la sensibilidad pastoral en general, han contribuido a renovar la fisonomía de la santidad.
No se insiste bastante en la santidad de la Iglesia en cuanto comunidad, se restringe a los religiosos con escasa atención a los demás estados de vida.
La santidad es un don personal de Dios, comunicación permanente de Dios Trino en fe y amor. Intimamente presente al hombre, se hace vida del hombre. Queda santificado hasta el cuerpo, no por un gesto ocasional que le marcara, sino por la inhabitación del Espíritu, que lo convierte tal y como es, cuerpo y espíritu, en morada permanente y base de su irradiación en el mundo (Cor 6,19). Es un don para irradiar, difundir, contagiar a toda la humanidad. La santidad es un ministerio, una misión. El Espíritu transforma y santifica a una persona, a una comunidad, para hacerlas instrumentos adecuados que lleven a cabo su obra de salvación en el mundo. Lo SANTO en el lenguaje Bíblico designa una realidad compleja que toca el misterio de Dios, el culto y la moral, englobado y sobrepasando las nociones de sacro y puro. La noción Bíblica se refiere a la fuente de la santidad, a su comunicación a los hombres por la participación del Espíritu, y en el hombre a su irradiación vital ética. Incluyendo la separación de lo profano, la pertenencia a Dios sobre todo por la participación de su santidad, y la resonancia moral en el hombre.
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