«Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras.» (Eclesiastés 9,7).
"Si
queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato,
diremos, con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés,
de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las
enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con
alegría y bebamos contentos nuestro vino, evitando toda maldad en
nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando, por
el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es
recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los
necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a
aquellos afanes y obras en que Dios se complace.
Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y
nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y
da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino
espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en
el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio
de nuestra salvación:
Jesús tomó
pan, dio gracias, y dijo
a sus santos discípulos y
apóstoles:
«Tomad y comed, esto es
mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los
pecados». Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: «Bebed todos de él,
éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será
derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los
pecados».
En efecto, los que comen de este pan y beben de
este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden
exclamar: Has puesto la alegría en
nuestro corazón.
Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se
refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el
libro de los Proverbios:
Venid a
comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado,
indicando
la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos
de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las
obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el
Evangelio:
Alumbre así vuestra luz
a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre que está en el cielo. Y tampoco faltará nunca
sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la
verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado".
( San Gregorio de Agrigento, obispo. De su comentario sobre el Eclesiastés. Libro 8,6: PG, 1071-1074)
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