El camino espiritual, es decir esa tarea emprendida con el sentido de encontrar a Dios, nos va develando significados nuevos según el paisaje de nuestro caminar.
Las distintas facetas de la vida, nos revelan facetas desconocidas y nos abren puertas que no sospechábamos.
La vida de cada persona tiene su dinámica particular y un ir y venir que le es propio, pero todos los procesos tienen en común esto de avanzar y retroceder que es propio del modo humano de existencia. Debemos quedarnos fijados en la dirección general de la senda en que estamos.
No deben las caídas y equivocaciones someternos el ánimo ni quitarnos el contento que debe estar en la base de toda ascesis. Alegría que fundamos en la certeza de la misericordia divina y en el destino de eternidad para el cual fue creado el hombre.
Las virtudes no pueden adquirirse como se adquieren los objetos que se compran. Tampoco son ellas efímeras como estos.
Podemos aprender a evaluar el camino espiritual que seguimos en períodos mas extensos. Claro que sirve el examen diario y la constante atención. Pero también mirarse de un año a otro y fijarse si se afirma o no la dirección hacia lo trascendente. Eso es decisivo, el “hacia donde voy” mas que la caída aquella que tiende a instalarse como sombra en el ánimo.
Y cómo sabré si me afirmo en la dirección correcta. ¿Crece tu deseo del Señor? ¿Qué es lo que más anhelas? Porque según lo que vamos queriendo se orienta nuestra conducta.
Si tienes un defecto recurrente debes decirte interiormente… “Que bueno que sería si pudiera superar esta falencia o eliminar este pecado…” Este desear ese bien para uno, permite la apertura a la gracia necesaria que nos dará la fuerza para el cambio.
Si no tienes la voluntad suficiente, por lo menos deseala y pidela. Esto solo ya te va conduciendo. El proceso de conversión es ante todo un cambio en la dirección de la propia vida. No debemos esperar el cambio como una experiencia súbita al modo que le aconteció a San Pablo camino de Damasco. No es útil ni acertado, imaginarse la conversión como el día aquel a partir del cual ya no tendré caídas.
La conversión de la vida se produce cuando decido con profundidad y determinación, evaluar todo en función del sentido de la vida. Esto es: El encuentro con Dios en la intimidad del corazón.
Puedo caer y levantarme pero usaré mi libre albedrío para poner a Dios como criterio de selección de lo que hago. Eso es un gran cambio y esa dirección puede mantenerse a pesar de nuestras miserias recurrentes.
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