La llamada de Dios a Amós, la
llamada de Jesús a los Doce, y el propio ejemplo de San Pablo que habla en la
segunda lectura, no son casos excepcionales, propios de un sector de los
cristianos (curas y obispos, por ejemplo). Curas y obispos realizan su tarea
evangelizadora de un modo más institucional, por así decirlo. Pero la llamada
es para todos. En este sentido, el ejemplo de Amós en la primera lectura, es
significativo: él no es un profesional de la profecía, vinculado a tal o cual
santuario, sino que es un individuo normal, un pastor y campesino que se siente
llamado a dar a conocer a su pueblo la llamada de Dios. Y como él, todo
cristiano ha sido llamado a esto: a coger el bastón y las sandalias, a ir por
el mundo sacando demonios e invitando a cambiar el corazón. Y en cada época y
en cada situación deberá verse qué es lo que esto significa.
En nuestra situación, en una sociedad que ya no es cristiana (que es "país de misión"), significa ante todo que la Iglesia no puede sentirse satisfecha teniendo mucha gente enrolada en consejos parroquiales, organizaciones, catequesis... como si el ideal fuera esto: que los cristianos se pasaran muchas horas en el interior de la iglesia, de manera que la iglesia se convierta en una especie de club que encierre y tranquilice a la gente. Las organizaciones de iglesia serán válidas si sirven para esto: para que los cristianos sean en el mundo verdaderos testigos de la fe.
Y significa, en segundo lugar,
que la Iglesia como tal debe presentarse ante el mundo como un verdadero
testigo transparente del amor de Dios. La iglesia esta llamada a hacerse solidaria con los anhelos y
preocupaciones de los hombres para llevarles la Buena Nueva que Jesucristo le
encargó comunicar.
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