La Ascensión es el final de una etapa, en la que Jesús quiso pasar por la tierra para construir la Nueva Alianza y poner en marcha el camino hacia al Reino. Bajó primero y volvió, luego, al Padre. Y de acuerdo con su promesa sigue entre nosotros. Su presencia en el Pan y en Vino, en la Eucaristía, es un acto de amor supremo. Y nadie que reciba con sinceridad el Sacramento del Altar puede dejar de sentir una fuerza especial que ayude a seguir junto a
Jesús y a consolidar el perdón de los pecados. Hoy debemos reflexionar sobre cómo ha sido nuestro camino en la Pascua, de cómo hemos reconocido en el mundo, en la vida, en la naturaleza, el cuerpo de Jesús Resucitado. Y de cómo, asimismo, nosotros hemos subido un peldaño más en la escala de la vida espiritual.
Meditando
las lecturas de hoy, descubrimos cuál es nuestro destino, tenemos un camino
para correr, es posible ya el caminar con esperanza; pero ahora es necesario
dar alcance, paso a paso, al Cristo que se fue para que nosotros pudiéramos
caminar. Cristo se va, y así comienza la hora de nuestra responsabilidad, la
hora de escuchar y asimilar las palabras del Señor y recordarlas una a una, de
realizarlas en este mundo, hasta que todo llegue a la plenitud y a la
perfección que ya se ha realizado en Cristo. No pasamos por el mundo, ha de
pasar el mundo con nosotros al Padre. La responsabilidad cristiana no es sólo
responsabilidad ante Dios de nuestros mismos, sino responsabilidad que asumimos
del mundo entero, que Dios ha puesto en nuestras manos para llevarlo a su
perfección.
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