miércoles, 26 de junio de 2013

La oración y la perseverancia en el amor.

 
 El amor nos abre a tres evidencias de fe luminosas y vivificantes:

1. Orar es siempre posible: “El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado, que está con nosotros <<todos los días>> (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades”.
“Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: Conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina (…), intenten elevar la súplica desde lo más hondo de su corazón” (San Juan Crisóstomo).



2. Orar es una necesidad vital: “¿Cómo puede el Espíritu Santo ser <<vida nuestra>>, si nuestro corazón está lejos de Él?”


“Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil (…). Es imposible (…) que el hombre (…) que ora (…) pueda pecar” (San Juan Crisóstomo).
“Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente” (San Alfonso María de Liborio).

3. Oración y vida cristiana son inseparables: “porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor”.
“Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos cumplir el mandato: <<orad constantemente>> (1 Ts 5, 17)” (Orígenes).

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