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sábado, 19 de enero de 2013
Caminos de vida cristiana.
Era una buena propuesta. Con sus riesgos, sin embargo. En la actualidad, a veces se entiende el pensamiento positivo en la clave de propuestas como las de "El Secreto". Allí el pensamiento transforma la realidad y logra que a uno le pasen cosas buenas. Tentador, pero falso. Tiene algo de omnipotencia escondida esa postura, y también de individualismo. Todo depende de uno. No hay lugar para la ayuda de los demás, no hay espacio para un otro que nos acompañe. Pero no es menos cierto que nuestro corazón es una madeja de sentimientos y pensamientos compleja y atravesada, donde conviven nuestros impulsos vitales y nuestros demonios internos, que desde las heridas nos gritan y nos pueden llevar a caminos destructivos, del propio yo y del ajeno. Desde allí se entiende la necesidad de una cierta disciplina mental. Los antiguos monjes cristianos del desierto la llamaban la "guarda del corazón". Prestar atención a los pensamientos ayudaba a ponerles nombre, a identificar las tentaciones y heridas. Eso posibilitaba encontrar el remedio, que en general se hallaba en algún ejercicio de oración o solidaridad (Evagrio Póntico, un espiritual de esa época, recomendaba por ejemplo como remedio para la ira el dar regalos... ¡y después dicen que los monjes son desencarnados!). Entre las distintas disciplinas estaba el método antirrético: oponer al pensamiento negativo alguna frase del Evangelio que sanara aquella parte del corazón que se experimentaba especialmente frágil o tentada. No se trataba de un ejercicio de autosugestión, sino de curar ese pensamiento herido con una palabra de amor, una palabra de Dios. Ese ejercicio puede ser una manera de ejercitarse en un pensamiento positivo. Yo lo he adoptado en distintos momentos de mi vida.
Frente a momentos de angustia, vuelvo una y otra vez a las palabras que Dios dice en el libro de Isaías: "Tú eres valioso a mis ojos, y yo te amo"; o las del bautismo de Jesús: "Tú eres mi Hijo amado". Cuando me asalta el miedo, o el futuro es incierto, repito "El Señor es mi pastor, nada me puede faltar". No tiene por qué ser una frase bíblica, pero a mi gusto, ayuda. La Palabra es realmente eficaz. Desarrollar este tipo de prácticas pide una cierta toma de conciencia de nuestra permeabilidad: estamos mucho más sujetos a influencias, mensajes y palabras de todo tipo en todo momento. De nuestra cultura, nuestro interior agitado y confuso, nuestro entorno más inmediato... ejercitarse en este arte es cultivar nuestra libertad, trabajar sobre nuestro espacio más preciado: el propio espíritu. Creo que muchas de nuestras dificultades brotan no del exterior, sino del corazón. Muchas veces lo descuidamos y queda privado de sus fuentes más íntimas y verdaderas. Este tipo de rituales lo sanan y le permiten estar más armonizado y abierto: a Dios, a los demás, al mundo. El conocido cuento de los dos lobos explica la importancia de este cuidado del interior de una manera sencilla y plástica. Un viejo cacique de una tribu estaba teniendo una charla con sus nietos acerca de la vida. Él les dijo: “¡Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí!... ¡es entre dos lobos! Uno de los lobos es la maldad, el temor, la ira, la envidia, el dolor, el rencor, la avaricia, la arrogancia, la culpa, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras, el orgullo, la egolatría, la competencia. El otro es Bondad, Alegría, Paz, Amor, Esperanza, Serenidad, Humildad, Dulzura, Generosidad, Benevolencia, Amistad, Empatía, Verdad, Compasión y Fe. Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes y dentro de todos los seres de la tierra." Los niños pensaron por un minuto y uno de ellos preguntó a su abuelo: “¿Y cuál de los lobos crees que ganará?” El viejo cacique respondió, simplemente: “el que alimentes.”Eduardo Mangiarotti a las 5:09 p.m. Compartir No hay comentarios.: Publicar un comentario
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